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viernes, marzo 29, 2024

La agroecología, modelo de producción y de vida

En una obra ya clásica: La gran transformación, Karl Polanyi, filósofo y crítico social, austrohúngaro del siglo XIX, describió detalladamente el proceso destructivo de la naciente revolución industrial capitalista, en contra de los campesinos europeos, para desarraigarlos del cultivo de la tierra, donde eran autosuficientes, y llevarlos a trabajar 16 horas diarias en las insalubres fábricas y vivir hacinados en las miserables periferias de las grandes ciudades. Para lograrlo, se privatizó la tierra y se obstaculizó la producción de alimentos, además de engañarlos con el espejismo de la vida urbana llena de confort de los grandes adelantos técnicos, lo que se le llamó progreso.

Mucha agua ha corrido desde entonces, pero el proceso se sigue manteniendo hasta el día de hoy: se trata de sacar a los campesinos de su tierra y obligarlos a entrar a los campos de concentración de las ciudades, a servir como mano de obra barata para las empresas y como consumidores cautivos de mercancías y servicios de pésima calidad, convirtiéndolos en masas vulnerables y dóciles a los designios del capital. Hay que reconocer que en las urbes se generaron el conocimiento y la cultura que a la larga construirían un pensamiento crítico.

Hoy en día, crisis generadas por el capitalismo neoliberal, la sanitaria, la climática, la económica, la social, la energética, la alimentaria, etc., obligan a cuestionar el modelo de civilización predominante, donde la acumulación de riqueza en pocas manos, ha generado todo tipo de desequilibrios; y obligan también a buscar formas alternativas de vida que rompan con el círculo vicioso de la acumulación/destrucción, porque la mayoría de la población empieza a tener conciencia de que lo que está en juego es la permanencia de la vida en el planeta.

Una de las múltiples propuestas alternativas es la Agroecología, es decir, un conjunto de saberes y conocimientos que permitan recuperar la capacidad de producir alimentos sanos y nutritivos para todos los seres vivos, respetando los ciclos y procesos auto regenerativos de la naturaleza, para restablecer el equilibrio perdido en las relaciones del ser humano con los ecosistemas. Obviamente no se trata de una propuesta novedosa, puesto que al margen de lo que la cultura dominante califica como “progreso o desarrollo”, se han mantenido sociedades y culturas que han sabido mantener esa relación armónica con la “Madre Tierra”, aunque sean calificadas como atrasadas o primitivas.

Estas culturas han mantenido durante milenios saberes y prácticas para resolver sus necesidades de alimentación, de salud, de convivencia social, de cultura, que no tienen cabida en el modelo productivista despilfarrador; sin embargo, también es innegable que este último también ha generado conocimientos y adelantos técnicos valiosos que pueden ser compatibles y dinamizadores del primer modelo. No se trata, como muchos acusan de pretender retroceder a la era de las cavernas, pero tampoco se trata de desdeñarla, sino de combinar lo mejor de esos saberes tradicionales, con lo mejor de los conocimientos actuales.

La clave para saber cuáles de las prácticas modernas pueden ser útiles es recuperar el concepto de “Convivialidad”, acuñado por Iván Illich en los años 70: es convivial toda herramienta que pueda ser controlada, dirigida y aprovechada por la energía humana, y que en ningún momento el ser humano quede supeditado a la herramienta; es decir que éste siempre mantenga su autonomía. Desde esta perspectiva, el modelo civilizatorio actual no es para nada convivial, puesto que la persona no tiene ya ningún control sobre el sistema social, sino que es éste el que controla y condiciona su vida, su salud, su educación, etc.

La agroecología, espacio de encuentro y combinación sinérgica entre los saberes tradicionales campesinos y los conocimientos científicos modernos orientados al bienestar de todos los seres vivos del planeta, es sin duda una herramienta “convivial”, capaz de aportar  soluciones en muchos frentes de la compleja problemática que el mundo está enfrentando: desde las pandemias, el cambio climático, la destrucción de los ecosistemas, las crisis económicas, el aumento del hambre en el mundo, entre otras, ya que se trata de recuperar la capacidad de producir alimentos sanos y nutritivos para fortalecer la salud de los seres vivos y de los ecosistemas naturales y bioculturales.

En primera instancia, este amplio campo multidisciplinario comenzó a tomar forma como un conjunto de prácticas agrícolas para producir alimentos sin el empleo de agrotóxicos, para mantener su inocuidad y su valor nutritivo, al mismo tiempo que se busca respetar la dinámica auto regeneradora de los ecosistemas, asegurando su permanencia en el tiempo. Así se comenzó a hablar de agricultura orgánica, natural, ecológica, hasta llegar a la denominación genérica de “agroecológica”. Sin embargo, muy pronto se tomó conciencia de que este tipo de agricultura era insuficiente por sí misma, o mejor dicho, que la producción agroecológica va más allá de la producción de alimentos, puesto que implica todo un universo de prácticas que trascienden el ámbito de los cultivos.

Se trata de producir mejor, pero respetando y fortaleciendo los ciclos y los recursos de la naturaleza, es decir, promover la biodiversidad, la variedad y sinergia en los cultivos. En este sentido, la estrategia tradicional de la “milpa”, conformada por varios cultivos a la vez (maíz, asociado con frijol y/o calabaza y/o haba, y los arvenses aprovechables, como quelites, por ejemplo), se opone radicalmente a la idea del “monocultivo” de especies comercialmente rentable, y es algo que ya se está retomando en varias partes de nuestro estado, que por su compleja topografía ha mantenido el cultivo en “metepantles”, delimitados por magueyes principalmente.

La idea de los policultivos asociados conlleva forzosamente una revisión de nuestra cultura culinario–alimenticia, pues la sociedad del consumo ha promovido la comida chatarra que se basa en el sabor, el atractivo visual de los alimentos y su estatus sociocultural otorgado por la publicidad mediática, excluyendo y hasta denigrando los alimentos tradicionales. A su vez, la revisión de la cultura culinaria, implica revisar el sistema de vida y los valores que orientan nuestra visión del mundo, especialmente en las zonas urbanas, donde los ciudadanos, desconectados totalmente de la tierra, sólo conocen el modelo de los supermercados, de quienes dependen totalmente para su alimentación. Todo esto nos lleva a considerar que, además de producir alimentos sanos respetando la naturaleza, hace falta un largo proceso de concientización de los consumidores, de tal manera que valoren lo que implica obtener alimentos sanos, no por la moda o la publicidad, sino por la necesidad de construir una vida sana capaz de hacer frente a pandemias como la actual y las que se provoquen en el futuro.

Otro aspecto sociopolítico importante de la agroecología se refiere a la defensa de los Derechos Humanos, tanto a una alimentación saludable, como al disfrute de un medio ambiente sano. Aquí se inscriben las luchas campesinas e indígenas en la defensa de los recursos naturales (agua, suelos, bosques, flora y fauna), ante la voracidad del capital que pretende transformarlos de bienes comunes de todos los seres vivos, en mercancías privadas para lucrar con ellas, para acumular ganancias en pocas manos, en detrimento del hambre y la miseria de las mayorías.

Fuente: GUILLERMO ARAGÓN LORANCA. LA JORNADA DE ORIENTE

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