Chihuahua-.
Es el año 2029. Cien mil millones de abejas han muerto tan sólo en China, la especie prácticamente ha desaparecido del planeta, exterminada por pesticidas y otros excesos humanos en el campo. El mundo se encontraba ante “el mayor reto de la historia del hombre”, quien a partir de entonces se vio obligado a polinizar todos sus cultivos y plantas con su propia mano. La humanidad entró en un periodo oscuro, paupérrimo, por no haber protegido a esa pequeña especie de la cual dependía casi toda la vida vegetal.
“El mundo se detuvo”, escribe la noruega Maja Lunde en su libro La historia de las abejas, una historia apocalíptica en la que estos insectos se extinguen y el mundo cae en desgracia. Esta fantasía se acerca a lo que prevén los expertos en apicultura, que alertan sobre el riesgo de extinción de la abeja: el ser vivo más importante del planeta, según la organización internacional Earthwatch Institute.
Desde 2006, apicultores y expertos empezaron a notar una serie de problemas que amenazaban la vida de las abejas: el más conocido de los polinizadores, que con 20 000 especies en el mundo, poliniza el 75 % de los alimentos y hasta 90 % de las plantas con flores dependen de ellas para su reproducción, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).1 Incluso la producción de carne depende de ellas, ya que polinizan el forraje que consume el ganado.
Las abejas enfrentan, en México y en el mundo, cuatro principales amenazas: el uso indiscriminado de agroquímicos en el campo; el cambio climático; enfermedades con altos índices de mortandad, así como ecosistemas alterados. Si este esquema no cambia, la especie estará extinta para 2035, estima Adriana Correa, jefa del Departamento de Medicina y Zootecnia de la Facultad de Veterinaria de la UNAM.
En el mundo hay 20 000 especies de abejas y México es uno de los países con mayor diversidad: alrededor de 2000 especies. La UNAM estima que de 2015 a 2019 se perdieron, en promedio, 1600 millones de abejas, con graves repercusiones en la polinización y en la producción de miel. Si desaparecieran de la Tierra, ha advertido la Universidad, con ellas se extinguiría la mitad de las especies de plantas y estaría en peligro el futuro de la humanidad.
La pérdida de abejas en el mundo inició en 2006, cuando empezaron a registrarse muertes del insecto en Europa. Al no poder determinar la causa, el fenómeno fue llamado “síndrome del colapso de las colonias”, ya que se trataba de un problema multifactorial que no podía atacarse desde un solo frente, explica Correa.
Más tarde, en 2015, se volvieron frecuentes las muertes masivas de abejas y se llegó a un punto alarmante en 2019: en México, la pérdida de colonias fue de 35 %, según los reportes de los apicultores citados por Correa.
Entre las afectaciones está el cambio climático, que obliga a los polinizadores a desplazarse a lugares más fríos o más cálidos, para buscar alimento o agua. Otra de las causas de la mortandad masiva es la varroasis, enfermedad provocada por el ácaro Varroa destructor, un potente transmisor de enfermedades hongales, bacterianas y virales que, literalmente, les chupa la sangre; además de otros padecimientos provocados por bacterias que las abejas adquieren a través del agua y el aire contaminados.
“Hemos hecho aislamientos de las bacterias de las abejas y hemos encontrado que tienen algunas que normalmente no encontraríamos; ahora tengo Enterobacter y Salmonella, bacterias que no son de las abejas. Mis abejas se están muriendo de una enfermedad que no es típica para ellas”, refiere Liborio Carrillo, responsable del módulo de Apicultura de la Facultad de Estudios Superiores Cuautitlán.
El profesor también señala que en Ciudad de México las abejas no sufren por los agroquímicos, pero sí por las micropartículas, producto de la combustión de los motores, que se adhieren al polen y han empezado a afectar a las plantas.
Todos los expertos consultados para este reportaje coinciden en que el factor de riesgo más importante para las abejas es el uso de agroquímicos en el campo: plaguicidas, herbicidas, fungicidas, productos para roedores e incluso nutrientes para cultivos agrícolas, que también pueden ser tóxicos para las abejas.
El sector agroalimentario es el principal beneficiario del trabajo de esta especie y, paradójicamente, es su principal agresor: la polinización aumenta hasta 24 % el rendimiento agrícola y ayuda a mantener los ecosistemas y la biodiversidad forestal; sin embargo, la FAO advierte que casi 35 % de los polinizadores invertebrados —en particular abejas y mariposas— están en peligro de extinción a nivel mundial.
“Los campesinos usan uno para matar la hierba, en muchas partes están prohibidos y los siguen usando. Tienen la mala costumbre de ya no hacerlo como antes, cuando el campesino rozaba los campos para evitar el crecimiento de la hierba, ahora la matan con herbicidas, ya no se toman la molestia porque es más rápido”, relató Galileo Juárez, apicultor de Huejotzingo, Puebla.
Una vez que la hierba fue eliminada, se colocan insecticidas en los cultivos, lo que intoxica a las abejas y obliga a los apicultores a desplazarse, pero la expansión de las ciudades reduce los espacios en los que puedan mantener a las abejas libres de agroquímicos, lamenta el productor. “A mí me llegó la urbanización hace como diez años y tuve que sacarlas, pero cada vez es más difícil porque la gente ya no lo ve con buenos ojos y te expulsa de su hábitat porque pueden agredirlos”.
La medida más urgente para frenar la muerte masiva de abejas es la vigilancia por parte de agrónomos certificados, que verifiquen que los agroquímicos sean utilizados de manera adecuada, advierte Adriana Correa.
“Por ejemplo: en la etiqueta de un producto dice que se tiene que aplicar en la noche, pero al agricultor le sale más caro por los horarios del personal, entonces lo ponen en la mañana, cuando todos los polinizadores están en campo. O si tiene que poner dos productos, los mezcla para hacerlo en una sola aplicación, entonces, si su acción era aceptable para las abejas, al mezclarlo crea un tóxico muy fuerte que las mata. Por eso la importancia de que agrónomos certificados verifiquen el uso de agroquímicos en campo”, puntualiza la experta.
México tiene una serie de ordenamientos para regular esta actividad: la Ley General de Sanidad Vegetal; las Normas Oficiales Mexicanas (NOM) 032, 033, 034, 052, 082 y 232, todas vinculadas con el uso, manejo y comercialización de plaguicidas. Las normas provienen de varias instancias de gobierno: las secretarías de Agricultura, de Medio Ambiente y de Salud, así como sus órganos especializados. Pero ninguna lleva a cabo monitoreos específicos, según Correa, y lo confirman las dependencias.
El coordinador general de Ganadería de la Secretaría de Agricultura, David Monreal, asegura que dicha dependencia da seguimiento al uso de agroquímicos en todas sus etapas: comercialización, aplicación y disposición final, a través del Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica).
“Pide una serie de documentos con los cuales autoriza y da seguimiento a las distribuidoras y fabricantes de insecticidas. Después tiene la obligación y responsabilidad de darle seguimiento a través de la verificación de que se cumpla con la norma”, dice en entrevista el funcionario.
No obstante, admite que lo que le falta al proceso de vigilancia es una cobertura más amplia y “dientes”, es decir: sanciones suficientes para disuadir a quienes hacen mal uso de los agroquímicos.
Sin embargo, fuentes de la secretaría consultadas para este reportaje negaron que esta vigilancia se lleve a cabo, ya que para cualquier institución sería imposible vigilar millones de hectáreas a lo largo de todo el país. Lo que Senasica hace, dice una fuente que pidió anonimato, es capacitar a los productores en el uso adecuado de plaguicidas, no sólo para no afectar a las abejas sino también a sus cultivos, al ecosistema y a la propia salud humana.
Fuente: Inforural.com