En 2019, David Harvey, el famoso profesor marxista de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY), quedó estupefacto ante una gráfica. La Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica del gobierno de Estados Unidos acababa de publicar los niveles de dióxido de carbono de los últimos 800 mil años (información que se obtiene del hielo glaciar).
La imagen que puso en shock al profesor Harvey muestra que el CO2, principal gas de efecto invernadero, se ha disparado desde 2007 a niveles nunca antes vistos en la historia (400 partes por millón). Y ni la crisis del sistema capitalista del 2007-2008 redujo sustantivamente las emisiones.
Pero si ya sabíamos desde hace años del llamado calentamiento global, ¿por qué esta gráfica en particular angustió tanto a Harvey? El motivo es que el ascenso abrupto del CO2 no corresponde a la Revolución Industrial del siglo XIX, ni a la gran aceleración del consumismo y la explosión demográfica en los años cincuenta del siglo XX. Los datos muestran un nuevo proceso, actual, de degradación ambiental, muy reciente y repentino. Distinto del aumento de temperatura, pero anunciador de éste.
Harvey se había negado siempre a las narrativas apocalípticas. Siendo el más famoso glosador vivo de El Capital de Karl Marx, la crisis ambiental era para él simplemente la historia del capitalismo. Pero ahora, de un vistazo, podía constatar algo nuevo. En sólo diez años pasamos de 300 a 400 partes por millón de CO2. Llueve sobre mojado. O, más bien, se avecina la gran tormenta. Estamos en presencia de una segunda gran aceleración.
Harvey se convenció así de que el derretimiento de todos los glaciares del planeta es inminente. Y con ello trastornos a la agricultura y a la disponibilidad de agua. Para él, no se trata ya de una probabilidad, sino de una certeza, a menos que tomemos medidas no sólo de limitación de las emisiones de CO2, sino de remediación. Es decir, resulta urgente capturar ese gas. Cómo hacerlo es un reto inmenso: ¿mediante geoingeniería, reforestación o de otra forma?
Quisiéramos que los marxistas mexicanos estén también a la altura de las circunstancias. Suponiendo que tienen razón en su ideología y que la única solución a la crisis ambiental sea el fin del sistema capitalista, esa convicción no debería contraponerse con la aceptación de los datos de la ciencia. Marx y Engels no eran negacionistas de las ciencias naturales y nutrieron sus escritos con innumerables insumos provenientes de biólogos, geólogos, físicos, etcétera. Apoyar hoy en México la quema de combustóleo para producir electricidad más cara, es negar el pensamiento de Marx. Las fuerzas productivas que han sido desatadas por la reciente revolución tecnológica de las energías renovables no son compatibles con el antiguo modo de producción, basado en la economía fósil. Podemos discutir acerca de la propiedad social y estatal de las energías limpias, pero no de su urgencia vital. ¡Marxistas de todos los países, despertaos!
Fuente: LA RAZÓN.