Desde hace dos años la opinión pública ha estado concentrada en las consecuencias de la pandemia de covid-19. Es natural que la atención de la sociedad y de los gobiernos se haya enfocado en las acciones de emergencia a corto plazo. Sin embargo, la pandemia nos plantea también la necesidad de reflexionar sobre nuestra interdependencia con el tejido vivo del planeta en el que vivimos: su biodiversidad.
El año 2021 se ha caracterizado, además, por una sucesión de desarreglos climáticos manifestados en forma de incendios e inundaciones, que han devastado vidas y ecosistemas en diversas regiones del mundo.
La Unesco está comprometida desde hace más de medio siglo con la protección y conservación de la biodiversidad. A pesar de que su contribución es crucial en este tema, es poco conocida por la mayor parte del público. Calificados estudios internacionales ponen en evidencia que la mayor parte de los indicadores de los ecosistemas y la diversidad biológica muestra un rápido deterioro. Tan sólo algunos datos reflejan la gravedad de la situación: el 75% de la superficie terrestre ha sufrido alteraciones considerables, mientras que el 66% de la superficie oceánica está experimentando cada vez más efectos acumulativos y se ha perdido más del 85% de la superficie de los humedales. Alrededor de un millón de especies animales y vegetales está ahora en peligro de extinción, muchas de ellas en pocas décadas, más que nunca en la historia de la humanidad.
La pérdida de la biodiversidad implica también un peligro para la economía, la seguridad alimentaria, la diversidad cultural y la calidad de vida. Se acaba de celebrar en Marsella, Francia, el Congreso Mundial de la Naturaleza, que ha adquirido una especial relevancia porque el tema ambiental está ocupando afortunadamente un lugar cada vez más importante en el debate político y será determinante en las elecciones europeas que se efectuarán en los próximos meses.
A propósito del Congreso de Marsella, la directora general de la Unesco hizo un llamado urgente para hacer las paces con nuestro planeta señalando que es indispensable protegerlo con acciones concretas para incrementar la superficie de las áreas protegidas, pasando del actual 15% al 30% de la superficie total.
La Unesco lleva a cabo estudios sobre la biodiversidad en los océanos, las zonas áridas, las montañas y los humedales, y contribuye, además, a la creación de áreas protegidas en las diferentes partes del mundo por medio de los sitios del Patrimonio Mundial, las reservas de la biosfera y los geoparques.
Los sitios protegidos por la Unesco pueden contribuir de manera significativa a alcanzar el objetivo de preservar el 30% del planeta como áreas protegidas para 2030. Las 714 reservas de biosfera, 161 geoparques y 218 sitios naturales del Patrimonio Mundial cubren ya una superficie similar a la de China.
Se ha llegado a esta meta como parte de un largo proceso, cuyo paso más destacado fue la creación en 1972 de la Convención del Patrimonio Mundial de la Unesco, que definió los sitios naturales y culturales que se inscriben en la reconocida Lista del Patrimonio Mundial. La Convención del Patrimonio implementa de manera permanente procesos de monitoreo y evaluación, que garantizan la conservación de los sitios naturales y su biodiversidad. Soy testigo de ello, dada la estrecha coordinación que hay con la Organización en relación con la preservación de nuestras propias áreas protegidas.
A partir de 2005, uno de los temas de mayor relevancia para la conservación del Patrimonio Mundial ha sido el cambio climático. Desde entonces, la Unesco ha estudiado los efectos de este fenómeno en estos sitios, en estrecho contacto con especialistas y las comunidades. La conservación de la diversidad biológica debe estar a la cabeza de nuestras prioridades. Es un interés común de toda la humanidad y atenderlo implica un mayor involucramiento de los gobiernos y su respaldo a las instituciones internacionales. La Unesco seguirá jugando un papel determinante en esta causa común.
Fuente: EXCÉLSIOR