A los humanos nos encanta la abundancia: nos parecen mágicos la cantidad de agua en los océanos, las cifras de dinero de los millonarios o el tamaño del universo. En general, la abundancia es algo que nos atrae y nos parece una característica deseable, duradera e infinita; esto es: si hay algo en abundancia, consideramos que así debería ser por siempre. Sin embargo existen algunas excepciones: hay fenómenos que se dan en abundancia y que nos parecen desagradables. Es el caso de los insectos, cuyas poblaciones numerosas generan incomodidad y, sin distinción, se consideran plaga. Por ello, desde hace mucho tiempo existen importantes campañas para tratar de desaparecerlos de nuestra vida cotidiana, ya sea de las ciudades, de las playas, de los cultivos o de las plantaciones forestales; así, año con año, utilizamos altas dosis de insecticidas para que estos animales invertebrados no causen daños a la producción o a la salud humana.
Insectos por todos lados
Si preguntamos a cualquier persona cuál considera que es la especie, o grupo de especies más abundante del planeta, seguramente nos responderían que un insecto o los insectos en general. Teníamos esta percepción hasta hace poco —incluso los entomólogos—, pero la realidad es diferente. Las primeras señales de alarma sobre la disminución de los insectos vinieron de la agricultura. Las abejas encargadas de polinizar muchos cultivos empezaron a disminuir considerablemente, y en 2005 hubo problemas con la producción de las plantaciones de almendra de California. A partir de ahí se levantó la voz y se realizaron estudios para investigar qué estaba ocurriendo con este importante grupo de insectos.
Como casi siempre en cuestiones de ecología y medio ambiente, la respuesta no fue sencilla ni fácil de encontrar. La causa de la disminución de las abejas es multifactorial. Los científicos encontraron que las colmenas estaban colapsando y nombraron a este fenómeno “Desorden del colapso de las colonias” (Colony collapse disorder, CCD en inglés). Éste implica la muerte de la colmena, pero no como se había observado antes cuando eran envenenadas por algún químico, sino que, sin razón aparente, las abejas obreras ya no vuelven a las colonias y tanto la reina como las que quedan en el nido mueren poco a poco. Por ejemplo: entre 2007 y 2008 se reportaron pérdidas de 35.8 % en las colonias de Estados Unidos, un dato alarmante para todos.1
En la búsqueda de la causa de este síndrome que mata abejas, se siguen varias líneas de investigación relacionadas con parásitos o enfermedades; con las prácticas de manejo indebidas, y con la posible contaminación por químicos. Al parecer la respuesta es compleja: en principio los insecticidas aprobados para matar insectos considerados como plaga no matan a las abejas, pero sí disminuyen sus funciones inmunológicas; al hacerlo, las vuelven más susceptibles a los parásitos y bloquean el buen funcionamiento de su sistema de orientación y reconocimiento de olores. Con la evidencia de que los insecticidas no envenenan directamente a las abejas pero sí provocan la muerte de las colonias, se hizo un llamado en Europa para prohibir su uso. Como era de esperarse, el cabildeo de las compañías para evitar la prohibición de los insecticidas fue muy intenso, pero la batalla se ganó en 2013 y se prohibieron los insecticidas conocidos como neonicotinoides (clotianidina, imidacloprid y tiametoxam). En México, sin embargo, aún se permite su uso.
Desgraciadamente, la situación de las abejas no es un hecho aislado. En una investigación reciente con datos de largo plazo en los bosques de Alemania, Hallman y colaboradores documentaron por un periodo de 30 años la abundancia de insectos voladores de forma mensual.2 Después de analizar la tendencia temporal, los resultados son alarmantes: describen un ¡70 % de reducción en la biomasa total de insectos! A partir de esa investigación han salido a la luz evaluaciones mundiales donde el patrón de disminución se mantiene. En particular van Klink y sus colaboradores reportaron una tendencia global de disminución en la abundancia de insectos terrestres tanto en zonas templadas como tropicales. Es por ello que, en este caso, la abundancia no es perpetua.3
¿Por qué debemos de alarmarnos si los insectos nos causan daños y son molestos?
La función de los insectos para el bienestar de la humanidad no ha sido muy reconocida; fue hasta la crisis de la producción agrícola que se difundió su papel fundamental en la polinización. Si no fuera por los insectos, el 90 % de las plantas cultivadas no producirían frutos o semillas. Pero las funciones de los insectos no terminan ahí: muchas especies se encargan del reciclaje de nutrientes y de incorporar los desechos al suelo; con esto me refiero tanto a los cuerpos de los animales como a sus cuantiosas heces fecales. De no ser por los insectos, es probable que estuviésemos cubiertos de boñigas de todo tipo. Además, muchos insectos son depredadores de plagas; naturalmente las avispas, pero también las catarinas, las hormigas y demás aliados pueden consumir grandes cantidades de insectos plaga. El funcionamiento de los ecosistemas y de la vida en la Tierra tal como la conocemos no sería posible sin los insectos.
¿Qué hacer para revertir esta tendencia?
Si pensamos un poco y recordamos cómo eran los trayectos en auto o camión por las carreteras en México hace unos veinte o treinta años, recordaremos que después de pocos kilómetros era necesario limpiar los parabrisas porque estaban repletos de insectos. Si hoy hacemos el mismo trayecto, esto no ocurre; es decir, la experiencia de la disminución de la abundancia de los insectos no es aislada sino cotidiana, pero no la habíamos puesto sobre la mesa. La buena noticia es que, al reconocer las causas de su disminución, podemos tomar acciones. En primer lugar, es fundamental detener el cambio de uso de suelo para la conservación de las especies raras: debemos conservar los bosques y selvas que quedan sin transformarlos. En segundo lugar, es necesario mejorar las prácticas agrícolas, ganaderas y forestales para disminuir el uso de insecticidas sin regulación; se ha demostrado que el impacto mayor no es sobre las especies consideradas plaga sino sobre toda la comunidad. Al querer eliminar una oruga que se alimenta de un cultivo con un insecticida de amplio espectro, lo que sucede es que las plagas sobreviven porque ya son resistentes al compuesto químico, mientras que los depredadores y demás insectos benéficos mueren. Hay que diversificar las parcelas agrícolas utilizando especies forestales para que los insectos benéficos puedan vivir en ellas y realizar el control de plagas sobre los cultivos en cuestión.
Si comprendemos que la importancia de los insectos se relaciona con todas las funciones que realizan en los ecosistemas, dejamos de transformar los ecosistemas a sistemas productivos y regulamos la utilización de insecticidas que no son específicos, es posible que detengamos la tendencia de la caída libre hacia la extinción de muchas especies de animales. Tenemos que aprender a convivir con las especies que naturalmente son abundantes: a pesar de no ser “bonitas” realizan las funciones fundamentales para la subsistencia de la vida en la Tierra.
Ek del Val de Gortari
Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad, UNAM.
Este texto es una colaboración entre nexos y la Sociedad Científica Mexicana de Ecología.
1 Van Engelsdorp D., Hayes J. Jr., Underwood R. M., Pettis J. (2008) “A Survey of Honey Bee Colony Losses in the U.S., Fall 2007 to Spring 2008”, PLoS ONE 3(12): e4071.
2 Hallmann C. A., Sorg M., Jongejans E., Siepel H., Hofland N., Schwan H., et al. (2017) “More than 75 percent decline over 27 years in total flying insect biomass in protected areas”, PLoS ONE 12 (10)
3 Van Klink, et al., 2020. “Meta-analysis reveals declines in terrestrial but increases in freshwater insect abundances”, Science 368, 417–420.
Fuente: NEXOS