Agricultura y apocalipsis

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Pocos reconocen que la agricultura y la ganadería son el sector económico o actividad humana con los mayores impactos ecológicos sobre el planeta. Por lo normal se atribuyen a la industria los mayores desmanes ambientales. En consecuencia, son escasas o inexistentes políticas de sustentabilidad eficaces en el sector agropecuario, mientras que en gran parte de los países (México incluido) la industria —en particular las grandes empresas— han estado sujetas a regímenes relativamente estrictos de regulación ambiental. Esto debe cambiar, y es preciso someter a la agricultura y a la ganadería a nuevas visiones y estándares de desempeño, si no queremos dislocar de manera irreversible los procesos, activos ecológicos y estructuras vitales del planeta.

La agricultura y la ganadería constituyen por mucho el principal vector de deforestación y destrucción de bosques y selvas y de la biodiversidad en el mundo, y acaparan una alta proporción territorial y de la productividad primaria neta de la tierra, dejando cada vez menos a otras especies y ecosistemas. Esto, a través de la expansión de la frontera agropecuaria fundamentalmente en países en vías de desarrollo, por razones demográficas, de subsistencia, y comerciales, y por diferentes tipos de subsidios otorgados por los gobiernos. En México, el gobierno ha reimplantado subsidios terriblemente destructivos que generarán una nueva y masiva ola de deforestación en el territorio nacional, como es el caso de los nuevos Precios de Garantía, Repoblamiento Ganadero, y Sembrando Vida. Por otro lado, la agricultura y la ganadería generan casi la quinta parte de todos los gases de efecto invernadero que provocan el calentamiento global, en forma de CO2 (bióxido de carbono) por deforestación, N2O (óxido nitroso) por producción y uso de fertilizantes nitrogenados, y CH4 (metano) en explotaciones ganaderas, principalmente. Sin una reducción significativa en estas emisiones será imposible impedir las consecuencias más graves sobre el clima del planeta. Igualmente, la agricultura es el principal consumidor de agua en el mundo; en México, cerca de 80% del total, lo que se vincula a la sobreexplotación y agotamiento de acuíferos, y a la contaminación de suelos y aguas continentales y marinas con plaguicidas y fertilizantes. Ello impacta en grandes cuerpos de agua y zonas marinas muertas por eutroficación, e incluso en la reproducción y propagación sin control de algas como el sargazo que asuela las playas del mar Caribe. La agricultura, también, es el mayor usuario de plaguicidas que están llevando al colapso y a la extinción a miles de especies de insectos polinizadores y que son la base de cadenas ecológicas.

El problema es muy serio porque al 2050 la población global pasará de 7,500 millones a más de 10,000 millones de habitantes, y en México, habrá superado los 150 millones. La demanda de alimentos probablemente se duplique por mayores consumos per cápita, reducción en la pobreza, mayores ingresos, y cambios en patrones alimenticios en favor del consumo de carne y lácteos. Téngase en cuenta que la producción de 1 gramo de proteína de carne de res implica 20 veces más recursos territoriales y agua, y emisiones de gases de efecto invernadero, que la producción de la misma cantidad de proteína de origen vegetal.

Es urgente el diseño y aplicación de nuevas tecnologías y políticas para el campo, así como promover nuevas preferencias alimenticias. Son indispensables medidas para reducir en grupos de altos ingresos la demanda per cápita de carne a través de cambios culturales y en patrones de consumo. Debe promoverse el desarrollo de alternativas a la carne de res basadas en insumos vegetales, en la línea de lo que llevan a cabo empresas como Impossible Foods y Beyond Meat que, promisoriamente, han tenido un éxito explosivo en su colocación en la Bolsa de Valores de Nueva York, y que ofrecen productos con el mismo valor nutricional que la carne y con la misma apariencia, textura y sabor, sin ningún insumo animal. Es fundamental también desarrollar opciones al uso de fertilizantes nitrogenados, y generar variedades de plantas capaces de fijar nitrógeno atmosférico, y reducir el desperdicio (en promedio de 30%) de frutas y verduras con la aplicación de tecnologías que retrasan el proceso de maduración, aumentan su vida comercial, y las protegen de la deshidratación. Pero lo fundamental es elevar significativamente la productividad por hectárea, para impedir la expansión de la frontera agropecuaria y con ello la deforestación y destrucción de la biodiversidad. Esto puede lograrse sólo con las tecnologías más avanzadas de riego, fertilización, edición genética y opciones transgénicas. Perdón, pero la agricultura orgánica o tradicional, de baja productividad por hectárea, no va a salvar al planeta.

Por último, el campo tiene que ser visto a través de una nueva doctrina territorial, también, como proveedor de bienes públicos ecológicos y servicios ambientales, vía nuevas y grandes Áreas Naturales Protegidas y Corredores Biológicos articulados con zonas agrícolas de alta productividad, y un nuevo pacto social con los campesinos, productores y propietarios de tierras.

GABRIEL QUADRI DE LA TORRE. VERDE EN SERIO. EL ECONOMISTA.