Una vez más aparece la promesa de la autosuficiencia alimentaria en la narrativa del gobierno de México. Aspiración incumplida por todos los presidentes, y sus encargados de las cosas agropecuarias, del pasado y presente siglo. Políticamente redituable, el concepto ha sido pretexto para poner en marcha todo tipo de planes y proyectos que al final de cada administración a nadie interesa evaluar y terminan sepultados bajo el peso de nuevas ofertas que, aseguran, esta vez si se cumplirán.
Ahora toca el turno al maíz. La SADER y Economía informan en un boletín, que harán mancuerna para eliminar gradualmente el uso “de maíz genéticamente modificado en la alimentación de las y los mexicanos” (Nótese el reconocimiento explicito de que en este momento, “las y los” se están alimentando con maíz transgénico lo que de seguro provocará un fuerte entripado a la senadora Jesusa Rodríguez, Greenpeace y organizaciones del colectivo Sin Maíz No Hay País)
Más menos, será necesario producir 16 millones de toneladas más de maíz para alcanzar el objetivo. Con una mayoría de pequeños productores con bajos rendimientos, sin crédito, sin asistencia técnica y con una secretaría desmantelada no se ve como aumentara tan significativamente la producción, Por más esfuerzos adicionales que se pidan.
Para tan ambiciosas metas, no presentaron SADER y Economía un plan coherente con medidas concretas y partidas presupuestarias que posibiliten al menos algunos avances en la producción de maíz. ¿Entonces cómo esperan lograrlas? Ahora si que, como dice el dicho: “con que ojos divina tuerta”.
Pero ya en serio, ¿Qué necesidad hay de importar maíz transgénico cuando lo podemos producir aquí?
Supersticiones y supercherías han demonizado a las semillas transgénicas en México, cuando bien mirado son el resultado de una revolución en la producción de alimentos y cultivos industriales. El Presidente compró el discurso contra los transgénicos que le vendieron los acólitos del medio ambiente y, ya sea por convicción o conveniencia, decretó su prohibición y ello nos mantendrá estancados en las viejas prácticas agrícolas que aún predominan en el campo de México.
Científicos mexicanos serios y de todo el mundo, incluyendo varios premios nobel, han avalado el uso de semillas transgénicas. Estados Unidos las siembra masivamente y las vende no sólo a México, también a China y a muchos otros países. Hace grandes negocios con ellas y nosotros (el gobierno) nos quedamos fuera por dar crédito a afirmaciones que no tienen sustento alguno. Basta saber que, con tantos años en circulación, los opositores a las semillas transgénicas no han podido presentar un caso evidente que demuestre los daños que dicen provocan. A nadie, que se sepa le han salido cuernos por su uso.
Es sabido que Victor Villalobos ha demostrado, por escrito, la inocuidad de las semillas transgénicas y el que ahora tenga que aprobar su prohibición debe causarle, al menos, algún malestar. Bien dicen que en la política hay que tragar sapos.
Está claro que el sembrar y comercializar semillas transgénicas no resolverá muchos de los problemas que hay en campo de México y que tampoco excluye el fortalecimiento de la producción de la enorme y rica variedad de maíces que tenemos en todas de las regiones del país. Transgénicos y maíces nativos no son excluyentes, afirmar lo contrario es fomentar enfrentamientos nocivos y muy peligrosos.
Fuente: EDUARDO G.