Podemos afrontar esta crisis alimentaria y transformarla en una oportunidad para realizar los cambios estructurales que permitan garantizar la seguridad alimentaria nacional.
El entorno global está teniendo un impacto altamente negativo en la seguridad alimentaria. A los problemas generados por la pandemia provocada por el Covid-19, se suman los impactos en la producción de alimentos y de insumos para la producción agrícola, causados por la invasión de Rusia a Ucrania.
El efecto acumulado de ambas crisis se nota en el incremento de los precios de los alimentos y de diversas materias primas importantes para la agricultura como son los fertilizantes y la energía. Adicional a estos efectos, el conflicto en el Este de Europa ha acentuado las disrupciones en la cadena de suministros que ya se encontraban frágiles como resultado de la pandemia del Covid-19.
Si bien es cierto que el sector agroalimentario mundial continuó funcionando relativamente bien durante la pandemia, su prolongada duración y sus efectos han incrementado el número de personas que padecen hambre. Se estima que para el 2020 existieron entre 720 y 811 millones de habitantes en el mundo que sufrieron hambre, lo que representa un aumento de aproximadamente 161 millones comparado con 2019 (FAO, IFAD, Unicef, WFP and WHO. 2021. The State of Food Security and Nutrition in the World 2021: Transforming food systems for food security, improved nutrition and affordable healthy diets for all. Rome, FAO. https://doi.org/10.4060/cb4474en Datos estimados por FAO, 2021.).
El conflicto armado entre Rusia y Ucrania, del que no se tiene certeza cuánto durará, pero del que ya se sabe tendrá impactos globales que nos afectarán a todos, ha puesto una presión adicional a la ya crítica situación de seguridad alimentaria mundial, particularmente en aquellos países que son altamente dependientes de la importación de cereales.
El tema es de la mayor relevancia, puesto que Ucrania y Rusia de manera conjunta son importantes exportadores de granos, particularmente maíz, trigo y girasol, entre otros. Como ejemplo, en el 2021, Rusia exportó cerca de 33 millones de toneladas de trigo y Ucrania otros 20 millones. Adicionalmente Rusia es un importante proveedor de nitrógeno, fósforo y potasio, que son esenciales para la producción de fertilizantes.
De seguir esta confrontación, o peor aún, si se extiende a otros países, como pudiera ocurrir, los impactos en la disponibilidad de productos agrícolas, insumos y sus precios se prolongarán por los próximos años, poniendo en riesgo incluso la producción en otros países como el nuestro.
No podemos olvidar que, de manera paralela, la humanidad también está enfrentando los efectos del cambio climático, cuya incidencia en los sistemas agroalimentarios ha sido ampliamente documentada. Sabemos que el sector agrícola tiene que hacer un firme compromiso con la sustentabilidad.
Como se ha aprendido de la historia, los grandes impactos globales traen consigo cambios y alteraciones estructurales que marcan etapas en el devenir de la humanidad. Lo que hace la diferencia hoy, es que los eventos que están generando estos cambios, se han dado en muy corto tiempo y casi en forma simultánea.
La intención de esta nota no es pintar un escenario catastrófico, sino establecer que, dadas las causas múltiples de la crisis actual, se amerita reflexionar, de manera urgente, sobre la necesidad de un cambio estructural en las formas como producimos en el sector agroalimentario, y en cómo logramos que ese cambio beneficie a todos.
Igual que ha ocurrido anteriormente, la innovación basada en ciencia debe ofrecer respuestas para superar estas crisis. A pesar de las críticas, la llamada “Revolución Verde” del siglo pasado es un ejemplo de ello, ya que el motivo central de las innovaciones de esa época fue la de evitar una hambruna en el mundo, y las variedades, principalmente de trigo, que se obtuvieron permitieron alimentar a millones de seres que, de otra forma, hubiesen perecido de hambre. Hoy esperemos que las nuevas innovaciones se enfoquen en dar respuesta a las principales oportunidades que surgen de la crisis actual.
Nunca en la historia la humanidad ha acumulado tanto conocimiento, por consiguiente, necesitamos poner en práctica todo ese arsenal para la construcción de una agricultura productiva, sustentable e incluyente y así garantizar la seguridad alimentaria global, aún ante la emergencia de shocks globales como los que estamos padeciendo.
Es claro que el incremento en los precios de los alimentos impactará más severamente a los que menos tienen. Son los campesinos, las mujeres rurales y los indígenas quienes más padecerán, pues tendrán que destinar una mayor proporción de sus paupérrimos ingresos para comprar alimentos más caros.
Hoy hace más sentido la política del actual gobierno mexicano respecto a buscar la autosuficiencia alimentaria con soberanía. Lograr reducir la importación de alimentos básicos será una salvaguarda ante el impacto de choques externos, y nos permitirá garantizar el derecho universal a la alimentación que la Constitución establece.
Es de reconocer que los programas sociales del gobierno federal, cuyos apoyos están llegando en forma directa y sin intermediarios a las comunidades rurales más desfavorecidas y olvidadas, deben continuar a pesar de los factores exógenos que hoy nos afectan.
Sin duda, la comunidad internacional está buscando respuestas a las diferentes crisis, pero para hallar soluciones perdurables en el tiempo será necesario ofrecer cambios estructurales consensuados, donde prevalezca el beneficio del conjunto por encima del interés individual de países o grupos de países; entendiendo que la responsabilidad compartida debe equilibrar de manera justa los costos.
Los países que producimos alimentos sufriremos injustamente las consecuencias de un conflicto en el que prevalecen los intereses geopolíticos; por lo que los llamados que ha realizado el Gobierno mexicano, junto con otras naciones, a concluirlo cuanto antes son pertinentes y debemos apoyarlos.
Desde el sector agroalimentario mexicano lo que corresponde es intensificar el esfuerzo, con todos los productores, grandes y pequeños, privilegiando a los más desfavorecidos, con asistencia técnica en los territorios rurales para elevar su productividad, sobre todo con el incremento del rendimiento en granos básicos.
Al momento de escribir esta nota, los productores de temporal en México se encuentran en pleno proceso de preparación de las tierras para un nuevo ciclo agrícola (de temporal), por lo que se está en un excelente momento para que los recursos que se otorgan se inviertan en mejorar la capacidad productiva con buenas prácticas agrícolas, como la compra de abonos orgánicos, semilla mejorada, reparación de implementos agrícolas, pago de créditos, la mejora de la salud de los suelos y el uso responsable del agua, entre otras. Este año se esperan buenos precios para los productores.
En México podemos afrontar esta crisis alimentaria y transformarla en una oportunidad para realizar los cambios estructurales que permitan garantizar la seguridad alimentaria nacional y, asimismo, seguir contribuyendo a alimentar al mundo, como el séptimo país exportador de bienes agroalimentarios que somos.
Sabemos que los productores mexicanos, pequeños, medianos y grandes, sabrán estar a la altura de las circunstancias, como ya lo demostraron ante el Covid-19. El campo mexicano no se ha detenido, no se puede ni debe detener.
Secretario de Agricultura y Desarrollo Rural
Fuente: VÍCTOR MANUEL VILLALOBOS ARÁMBULA. EL FINANCIERO.