Se deben combinar los esfuerzos climáticos con la realpolitik, los vínculos entre la innovación y el desarrollo sostenible, Sólo así se podrá garantizar la futura competitividad de la Unión Europea y hacer frente al desafío climático.
BRUSELAS – El mundo está siguiendo con cierta ansiedad el despliegue de las vacunas Covid-19 y esperando el regreso a la normalidad después de un año de confinamiento. Sin embargo, todavía no existe una vacuna para la otra amenaza que se cierne sobre la humanidad: el cambio climático.
Las imágenes apocalípticas de los incendios forestales en California y las devastadoras inundaciones en Bangladesh son presagios de lo que nos espera si no plantamos cara a la emergencia climática. Si no se adoptan medidas drásticas, esas catástrofes se producirán con mayor frecuencia y de forma cada vez más destructiva. Además, el cambio climático es uno de los mayores desafíos geopolíticos a los que nos enfrentamos, ya que actúa como multiplicador de conflictos alimentando la inestabilidad sociopolítica, provocando presiones migratorias, agravando las injusticias a nivel mundial y poniendo en peligro los derechos humanos y la paz, especialmente en los estados frágiles.
Científicos y expertos sobre el cambio climático han dejado claro que para limitar el aumento de la temperatura media mundial a 1.5 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales -el objetivo del acuerdo de París- el mundo sólo puede emitir otras 580 giga toneladas de dióxido de carbono. Ese es nuestro presupuesto de carbono, para siempre. Sin embargo, con la actual tasa de emisiones mundiales de alrededor de 37 giga toneladas por año, lo habremos agotado en 2035. Por lo tanto, necesitamos “descarbonizarnos” cuanto antes.
Dado que el mundo ya se ha calentado en 1.1 grados centígrados y que las temperaturas en muchas regiones han aumentado mucho más, la próxima década representa nuestra última oportunidad para afrontar el problema.
La Unión Europea ha sido un líder mundial en este terreno durante décadas y se ha mantenido fiel a sus ambiciones, incluso a través de la crisis de Covid-19. Entre otras cosas, la UE ha puesto en marcha lo que el vicepresidente de la Comisión Europea, Frans Timmermans, ha llamado con acierto “el plan de estímulo más ecológico del mundo”. Con el Acuerdo Verde Europeo, la UE también ha mejorado su objetivo de reducción de emisiones para 2030 al 55% y se ha comprometido a lograr la neutralidad del carbono para 2050.
Para apoyar este esfuerzo, los países europeos han decidido convertir el Banco Europeo de Inversiones (BEI) en el Banco del Clima de la UE. Tal y como se indica en su hoja de ruta para 2021-2025, el Grupo BEI se propone movilizar 1 billón de euros (1.2 billones de dólares) de inversiones en acción climática y sostenibilidad medioambiental entre 2021 y 2030. Se trata del primer banco multilateral de desarrollo del mundo que se ha alineado plenamente con París.
Sin embargo, para ser verdaderamente eficaz, Europa debe complementar estos esfuerzos internos con una política exterior proactiva. En un mundo en el que la UE representa menos del 8% de las emisiones mundiales, los esfuerzos en materia de clima no pueden limitarse a ese continente. Si permitimos que se satisfaga la creciente demanda de energía en África y partes de Asia mediante más centrales eléctricas de carbón y gas financiadas por China o por otros países, la esperanza de limitar el calentamiento del planeta se evaporará. Deben convencerse los países de todo el mundo de sumarse a la ambiciosa agenda, y debemos empujarlos -o ayudarlos- a tomar las medidas necesarias.
Para ello, Europa tendrá que poner su peso económico y diplomático al servicio de la causa climática, convirtiéndose en una potencia mundial de la “diplomacia climática”. Debemos combinar los esfuerzos climáticos con la realpolitik, subrayando los vínculos indiscutibles entre la innovación y el desarrollo sostenible. Sólo mediante la innovación será posible garantizar la futura competitividad de la UE y hacer frente al desafío climático, tanto dentro como fuera de las fronteras. Y sólo mediante la innovación y las inversiones ecológicas se puede impulsar la capacidad de recuperación económica en África y otras zonas.
Europa dispone de los instrumentos necesarios para marcar la diferencia a nivel mundial. Como uno de los mayores mercados y bloques comerciales, la Unión Europea tiene la facultad de establecer reglas y normas para la importación de bienes y servicios. Ya tiene una amplia gama de acuerdos comerciales y asociaciones estratégicas con países y regiones; juntos, la UE y sus Estados miembros son el principal donante mundial de ayuda al desarrollo y asistencia humanitaria. Por último, con el BEI, la UE dispone del mayor prestamista multilateral.
El arsenal del BEI es muy necesario. Según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, para alcanzar los objetivos climáticos y de desarrollo sostenible en 2030 es preciso cubrir una brecha de inversión anual de aproximadamente 2.5 billones de euros. No siempre es posible depender exclusivamente del sector público, especialmente en las regiones menos desarrolladas.
Como institución de financiación pública y pionera en bonos verdes, el BEI tiene un importante papel que desempeñar tanto en la reorientación del financiamiento privado hacia proyectos de inversión sostenibles a nivel mundial, como en asegurar (a través de su experiencia en banca e ingeniería) que todos los proyectos tengan sentido desde el punto de vista económico.
Para tener un impacto global, la Unión Europea debe desplegar proactivamente todos los instrumentos a su disposición. Por ejemplo, sus estrategias para hacer frente en este momento a los daños sociales y económicos causados por el Covid-19 en las regiones vecinas deben diseñarse, y aplicarse, teniendo en cuenta un plan climático global.
Además, otros bancos de desarrollo deberían seguir el ejemplo del BEI y alinear sus operaciones con los objetivos de París, a fin de proponer vías de desarrollo bajas en carbono y resistentes al clima (o, como mínimo, para evitar socavar la transición verde).
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que se celebrará en Glasgow (COP26) en noviembre próximo constituirá un hito crucial para elevar las ambiciones mundiales. A diferencia de las anteriores COP, no se tratará tanto de nuevas normas multilaterales sino de asegurar que el mayor número posible de países -especialmente los grandes emisores- fortalezcan sus compromisos. En esta semana los ministros de asuntos exteriores de la UE discutirán en la reunión de Glasgow cómo asegurar el éxito y cómo desarrollar una diplomacia climática y energética para promover las dimensiones externas del Acuerdo Verde Europeo.
La aceleración de la acción climática y la gestión de la transición energética deben constituir el núcleo de la política exterior de la UE y de la labor con los socios de todo el mundo y, a este respecto, acogemos con satisfacción la decisión trascendental del Presidente Biden de volver a adherirse al Acuerdo de París.
Lo que hagamos hoy marcará el rumbo en las próximas décadas. Nos proponemos hacer de 2021 un año decisivo en el que Europa ponga todo su peso diplomático y financiero al servicio de la lucha mundial contra el cambio climático. Como ha dicho el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, este es el “desafío crucial de nuestros tiempos”.
Josep Borrell, vicepresidente de la Comisión Europea, Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad
Werner Hoyer es presidente del Banco Europeo de Inversiones.
Fuente: JOSEP BORRELL Y WERNER HOYER.